jueves, 10 de enero de 2013


AMNESIA PASAJERA
Don Rey, así lo llamábamos vendía panchos en la puerta del liceo y también los churros más ricos que yo haya probado en mi vida. En una bicicleta a la que le habían adaptado un canasto, bien asegurado, en la parte delantera,llegaba todas las mañanas y se instalaba, en las puertas del liceo, voceando su deliciosa mercancía.
-¡¡¡Pachos....panchos calientes¡¡¡¡¡
O si no
-¡¡¡Churros...a los ricos churos¡¡¡¡¡

Persona muy humilde y plena de bondades, pronto establecía amistad con la muchachada, por lo que en los recreos, nos escapabamos de la vigilancia de los conserjes y entre pancho y pancho, hablábamos con el amigo.
Don Rey, nos contaba historias de su vida, y anécdotas, que había vivido desde que era muy jóven.

No tenía únicamente al liceo, como punto de ventas, también lo hacía los sábados en el parque Colón, donde se jugaban los partidos de fútbol o el domingo en el Teatro Municipal matinée y noche, otras veces frente a la Iglesia, a la salida de la misa.De estatura menuda, era fácilmente reconocible con su saco blanco y su gorra panadera.
Cierto día en Don Rey se había retrasado y colmada nuestra impaciencia, lo vimos aparecer, en su reconocida bicicleta, entre los automóviles y el trámsito de la calle Real, esquivando a todos, con raudo pedaleo. 

Cuando se enfrentó al portal del liceo, mitad de cuadra, dobló a la izquierda, sin previo aviso, por lo que un señor que circulaba en moto a su zaga, no pudo evitar la embestida.Rey, su bicicleta, el gorrito blanco y una docena de frankfurters, volaron por los aires, mientras nosotros desde la acera, presenciábamos impotentes y con el corazón en la boca, la infortunada escena.

Todo se desarrollo a una velocidad increíble, don Rey se levantó, como movido por un resorte eléctrico, paró su bicicleta, juntó todos los choricitos, en menos de lo que canta un gallo y mirando para todos lados, con más vergüenza que dolor, tratando de disimular el percance sufrido, reanudó la marcha rumbo a la estación del ferrocarril, gritando a viva voz:
¡¡¡Churrros....churros calientes¡¡¡

Del susto y del porrazo se había olvidado por el momento que la mercadería del día eran panchos y no churros. Nosotros apenas salidos del estupor y el nerviosismo, prorrumpimos en una sonora carcajada, al comprobar que más que los machucones a don Rey, el choque le había afectado la memoria, despistándose sobre lo que estaba vendiendo e incluso del destino previsto. 

Por más que le llamamos desde la acera cercana , no nos prestó atención, perdiéndose calle abajo, con rumbo a la Estación de AFE, al grito pelado de ¡¡¡churros...a los ricos churros calientes¡¡¡¡
Por muchos días la pullas a Rey fueron múltiples, pero lo esencial quedó en el tintero: Saber si el golpe le había afectado la memoria o si su actitud se debió únicamente, al resultado de un susto de novela.

Autor.Francisco Rodriguez Correa - Libro Memorias de un tiempo lindo

No hay comentarios:

Publicar un comentario